lunes, 28 de junio de 2010

Gubern, Román: (1996) "Del bisonte a la realidad virtual: La escena y el laberinto".

Una característica fundamental de la producción infográfica reside en su sujeción a un proceso
interac-tivo entre el operador y la máquina, que ha dado lugar a una abundante literatura
celebrativa. La reflexión teórica acerca de la interactividad tuvo su gran momento estelar en este
siglo con la acuñación en 1947 de la cibernética por parte de Norbert Wiener quien forjó esta
palabra a partir del vocablo griego que significa timonel y que implica la idea de control o de
gobierno de un sistema. Desde la antigüedad se sabia que en la naturaleza los organismos
interactúan entre sí de modo muy complejo, pero Wiener nos iluminó los mecanismos de la
autointeracción o autorregulación de los organismos, como ocurre con la coordinación entre
percepción y motricidad de los animales, ajustándose la segunda a las informaciones
suministradas por la primera Este principio se aplica también a muchas máquinas comunes, como
el termostato, en el que la retroalimentación o feed-back del termómetro activa o desactiva al
motor que calienta o enfría a un recipiente. Y esta autointeracción sensorial está también en el
centro de la experiencia perceptiva de la realidad virtual.
En el campo de la comunicación mediante máquinas la interactividad no era una estricta novedad.
Desde mediados del siglo XIX, el telégrafo de Samuel Morse y luego el teléfono de Graham Bell
estaban basados en la interacción de dos polos comunicativos, alternantes en el primer caso y con
la posibilidad de simultaneidad en el segundo.



Podrá entenderse ahora que consideremos a los mundos virtuales de la producción infográfica
como verdaderos laberintos -laberintos formales y no materiales- basados en las metamorfosis y
las sorpresas. Un algoritmo para producción infográfica es, en efecto, como un laberinto en el que
el operador debe orientarse y formular sus opciones. Y hay que saber utilizar un laberinto para
poder salir airosamente de él.


. La meta ideal de la RV, de la que estamos muy lejos, es pasear por una ciudad virtual y entrar en sus edificios,
examinar los programas de televisión que ven sus habitantes y escuchar sus programas de radio,
visitar las colecciones contenidas en sus museos y leer los libros de sus bibliotecas.
Por ello puede afirmarse que el ciberespacio es una escena que esconde un laberinto.
Y la peregrinación por lo desconocido constituye, como es sabido, la esencia y la razón de ser de los laberintos. Por eso,
con itinerarios imprevisibles a los que va optando consecutivamente el operador, la RV acaba
convirtiendo la tradicional imagen-escena que se abre ante sus ojos en una imagen-laberinto.
llena de imprevistos y de sorpresas.

El laberinto es un invento del antiguo Egipto, en la XII dinastía, que erigió el primero de ellos a
orillas del lago Moeris. Esta peculiar construcción espacial fue adoptada por el ¡imaginario griego y
con este nombre fue bautizado el palacio del rey Minos en Cnossos, en Creta, que según la
tradición fue construido por Dédalo, cuyo emblemático nombre también ha acabado por
sustantivarse. Los significados simbólicos del laberinto son múltiples. El paso por el laberinto, por
ejemplo, formaba a veces parte de los ritos de iniciación, como ocurrió en el caso de Teseo,
simbolizando su recorrido el hallazgo del centro espiritual oculto a la vez que el ascenso de la
oscuridad hacia la luz. En el cristianismo, los laberintos representados en el suelo de muchas
iglesias antiguas simbolizaban los meandros de la vida humana, con sus dificultades, pruebas y
desvíos, y con la Jerusalén celestial en el centro. Para el psicoanálisis el laberinto puede ser
interpretado como la búsqueda de un centro o como un símbolo del inconsciente. Y el laberinto ha
sido un tema literario (Borges) y, convenientemente estilizado, ha aparecido en el cine,
especialmente en el policiaco y en el de ciencia-ficción. No cuesta mucho, por ejemplo, interpretar
la futurista ciudad de Los Ángeles en el año 2019 que aparece en Blade Runner, de Ridley Scott,
cual nueva Constantinopla del siglo XXI, estructurada como un verdadero laberinto urbano.
Los mundos virtuales son, en efecto, laberintos formales y no materiales. El laberinto se opone al
camino recto, expedito y obvio, pues es engaño y disimulo en sus itinerarios. Y el ciberespacio,
bajo su apariencia de imagen-escena envolvente. esconde un laberinto que propone al cuerpo del
operador con cada movimiento nuevas experiencias espaciales. Pues cada iniciativa de operador
no es mas que Fa exploración de una rama en un sistema informático arborescente, con diversas
ramificaciones derivadas, como ocurre en la exploración del hipertexto. Pero el hipertexto, con su
abanico de opciones arborescentes ante el operador, no hacía más que traducir, en lenguaje
informático y con fines enciclopedistas, los caminos diversificados de un laberinto intelectual. La
RV ha trasladado esta estructura informática laberíntica al campo de la sensorialidad y de la
aventura topográfica

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